
Índice
Sin más allá. Por Oscar del Barco
Elogio de la fragilidad. Por Pablo S. Lovizio
Queloque. Marx, amor y comunidad en del Barco. Por Javier A. Riggio
ma a. Por Oscar del Barco
Todo marcha de acuerdo al plan. Por Cebolla
Sobre el espaciamiento en la pintura. Por Adrián Aguirre
Las imágenes de la revuelta chilena de 2019: inventariar la insurrección. Por Mariana Dimant
Con-versaciones. Por Adrián Aguirre
Consideraciones sobre un poema de Juan L. Ortiz. Por Oscar del Barco
Contingencias en el decir. Por Facundo Suñé
Borges y Castelnuovo: teorías literarias en los años 30.
Castelnuovo y Borges: los inmortales, los otros. Por Esteban Da Ré
Golpe ciego. Por Oscar del Barco
Vietnam_Tres poemas. Por Mariana Lanusse
Vivir y otros poemas. Por Gisela Baiardo
Errancia. Por Guido Gentile
La frecuencia. Por Juan Martín Berridi
La montaña (no) es la montaña. Por Celedonio
La pregunta. Por Alejandra Urdangariz
Materialismo absoluto. Por Oscar del Barco
Una nota sobre el budismo zen. por Oscar del Barco
Psicoterapias con psicodélicos. Por Roberto Bailo
Compasión como propuesta pragmática. Por Cecilia García
Autonomía o mala fe o Mi compañero burócrata. Por Alejandro Basile
¿Era Lenin un perverso? Por Oscar del Barco
Cinco minutos de fama. Por Maia Shapochnik
Educación y productividad política. Por Tomás Quevedo
Presentación
Número 1
Verano de 2025
- Política, amistad, coincidencias
Este primer número de amancia bien podría decirse que tiene mucho de bosquejo, mucho de andar a tientas. Eso no quita que tengamos, igualmente, un puñado de certezas. La vida capitalista, para decirlo veloz y amablemente, nos incomoda. Nos apesadumbra. No la queremos. Queremos algo más. Queremos otra cosa. Y ahí empezamos a mascullar, a deambular, a tropezar. Y nos fastidiamos. Nos enfurecemos. Y, a veces, lloramos. Y, también y muchas veces, reímos. Por eso, o a pesar de eso, sin ningún tipo de horizonte, confiamos.
Y en estos primeros pasos decidimos arroparnos con nuestros amigos, con nuestras amigas. Optamos por confiar en nuestras amistades: del trabajo, de distintas cursadas, de viejas y nuevas militancias, de la vida. Y es por esto que quizás podríamos tentarnos en decir que este primer número expresa una política de la amistad. Pero no porque pueda ser el tema sobre el que se escribe sino porque es de lo que está hecha y por cómo está hecha.
Tal vez a alguien esto le lleve a pensar inmediatamente en el libro de Derrida que así se intitula. Nada que ver. O sí, un poco. Porque sí hay algo de ese texto del filósofo que amaba jugar al fútbol, cuando pibe en Argelia. Algo que fue –citémoslo– una “feliz coincidencia”. Nuestro nombre, amancia, aparece muchas veces en las páginas de ese escrito derridiano. No lo sabíamos. Lo pusimos por ocurrencia y haraganería. Sin embargo, un gran amigo pensó que lo habíamos hecho por Derrida y así supimos, de casualidad, que esa palabrita nutría las infinitas y sutilmente enredadas cavilaciones que en ese libro se hacen sobre la amistad. En cuanto pudimos, nos metimos en sus páginas. Buscando a amancia. Y quedamos alegremente perplejos al leer que cuando Derrida introduce amancia por primera vez, para hablar del peculiar amor que mora en la amistad, cuenta que la tomó de un poeta amigo, Abdelkebir Khatibi. Derrida dice de esto que fue una “feliz coincidencia”. Para nosotres también lo fue, porque en gran medida amancia también se nutre del roce entre la literatura y la filosofía. Y de todos los cruces posibles, porque no otra cosa terminan por ser las cosas más que un nudo de intersecciones que más se desata cuanto más se lo tensa.
Y si los primeros pasos, las primeras elucubraciones sobre lo que queríamos hacer nos refugió en las amistades, también digamos que las casualidades, las felices coincidencias, nos empezaron a acompañar prontamente. Tanto las coincidencias tramadas por el azar como las que se urden en la convergencia de malestares y de ganas. Una de ellas fue que de ser dos pasamos a ser tres. Ella llegó y todo se volvió más bello, más extenso y más intenso. Y más risueño. Una revista que iba a salir “palo y a la bolsa en un blog así nomás, porque hagamos algo salga como salga”, se transformó en paciente elaboración y cuidado de los detalles funcionales y estéticos que nos ponen hoy ante vuestros ojos. Y en paciente elaboración y cuidado de los detalles temáticos y problemáticos que ponemos también ante nuestros ojos: lo que ya estaba claro (u oscuro) para dos, tuvo que revisarse y reformularse para que lo esté para tres. (Si esto les da curiosidad, pueden chusmear el “colectivo de trabajo”…).
De modo que esa fue nuestra política para el primer número de la revista, una mezcla de amistades y unas cuantas alegres casualidades (que nos reservamos para no aburrir a quien esté leyendo). Lo que nos importa decir acá es que esta política de la amistad con la que abrimos la invitación a escribir tuvo un tono amplio pero preciso. Quien haya leído “Notas sobre amancia” recordará que para nosotres la amistad es tal porque hay lejanía, distancia, contrariedad incluso… hasta el filo de la traición. La amistad no es un amor idealizado, platónico. Aquí, sí, escriben nuestros amigos, nuestras amigas. Eso, empero, no quiere decir que compartamos lo que dicen ni que ellas compartan lo que decimos y hacemos. Muchas veces, sí, otras, no. Obviedades. Pero no es lo que importa. Les convocamos porque también confiamos en que este número, a su vez, podía ser hospitalario con lo que querían decir, recibirles en lo que busquen escribir. Y porque confiamos en que ellas iban a ser hospitalarias con nuestra invitación, confiamos en que iban a saber recibirla en su precariedad. Obviedades que muchas veces no lo son tanto.
Pensamos, entonces, que este primer número es fruto de la artesanal elaboración –como diría Oscar del Barco– de una comunidad frágil. Caminos heterógeneos que confluyen en estas páginas apoyados simplemente en la decisión de forjar un encuentro para parir la revista. De ahora en más, la existencia de esta comunidad finita pende –aunque no solamente– de quienes iluminen sus pantallas para leerla y para escribirla.
- Hacia el Oscar
Arrancamos con la idea de hacer un dossier sobre Oscar del Barco. Mil vidas en esa vida en la que se entretejieron las pieles del filósofo, del poeta, del pintor, del docente, del militante, del marxista, del traductor, del editor, del maestro zen, del psiconauta, del místico y tantas otras. Y sin nada de originalidad se nos ocurrió invitar a algunes amigues para que escriban lo que quieran sobre Oscar. Eso nos propusimos. Pero, como siempre pasa y nunca se termina de aprender, la vida es la que termina disponiendo. Y fue así que los obstáculos y los imprevistos dejaron para otro momento la mayoría de los aportes. Y fue ahí que se nos prendió la lamparita. Porque si bien la producción delbarquiana para nosotrxs resulta interpelante, cuestionable y estremecedora –y es por eso que decidimos dedicarle el dossier de nuestro número inaugural–, reconocemos que, en general, es poco conocida, poco leída.
Cuando hablamos de la producción de del Barco nos estamos refiriendo a una cantidad ingente de páginas elaboradas al calor de las últimas cinco o seis décadas. Semejante cantidad de hojas rápidamente podrían distribuirse según rótulos ya demasiados aceptados y así pasar a dividirse entre aquellos textos considerados literarios o poéticos, los estimados como filosóficos, los ponderados como críticos, etc. Allí cabría también mencionar, como algo distinto y aparte, su obra pictórica. Pero esta profusa escritura, no menos velozmente, también podría dividirse según distintos períodos históricos que, a su vez, parecería que fundan etapas heterogéneas de un pensar. Y desde allí se tornaría pertinente hablar de la época marxista, de los años del exilio, del período místico, etc. Estas lecturas, sin dudas, son posibles. Pero elegimos otra. Elegimos leer a Del Barco desde un problema, de alguna manera, bifacético que atraviesa de una u otra manera toda su obra: cómo destruir este modo de vida, cómo vivir de otro modo.
Si asumimos esa perspectiva problemática, podremos leer un mismo pulso, el desarrollo –no sin tensiones– de un pensamiento vital, la puesta en acto –aun errando– de un filosofar que es carne en la letra de cada poema, cada ensayo, cada traducción, cada crítica, cada pintura, cada carta, cada plegaria, cada invocación al silencio. Podemos atravesar su colosal producción reconociendo tanto la crítica a las diferentes formas de la escisión dualista en la que vivimos en el sistema capitalista como la infatigable apuesta por hallar y practicar diversos modos de una peculiar –digámosle– “unidad” que pueda abolir dicho desgarro existencial.
Así es posible leer en tensa continuidad su singular fidelidad a la crítica de la economía política marxiana, su irrenunciable denuncia de la división entre la teoría y la práctica que toma cuerpo a derecha e izquierda en el estado, en los partidos políticos, su insistente contienda contra la metafísica occidental, contra la dominación global e intersticial del Sistema, contra todo individualismo, contra toda idea de un sujeto racional y monolítico que hace y deshace a piacere, contra toda idea de autor y de obra, contra la violencia política. Y así es posible leer también heterogéneos modos de la singular –digámosle otra vez– “unidad” que explora cuando habla del materialismo absoluto, de la práctica polimorfa del proletariado, de las subjetividades desmigajadas, de la vuelta al útero, del éxtasis místico, del exceso sin nombre, de las experiencias de no-individuación, de la redención, de lo abierto, de lo absoluto en todo y en cada ser, de la humildad de la poesía, del silencio y la mansedumbre, de la necesidad de construir comunidades frágiles, de la apuesta por construir la vida a la intemperie. Multiplicantes formas de una misma respiración. La asunción cabal de que la filosofía no puede no ser un modo de vida, una manera de existir. Quizá todo esto esté cifrado hermosa y desesperadamente en lo que el Oscar nos dice en el “Prólogo” de 1983 a El otro Marx: “el único absoluto es el que se escribe con minúsculas y está en una piedrita, un atardecer, el silencio, a veces en las ganas de morir ante la terrible miseria y violencia del mundo.”
Entonces, lo que leemos transversal y problemáticamente a lo largo de todo lo que nos legó la escritura delbarquiana, llega a nuestras páginas en una escueta selección de sus escritos. Y como se nos truncó la hechura de un dossier tradicional, se nos ocurrió hacer un dossier transversal, distribuyendo la serie de textos de Oscar traspasando cada una de las secciones de la revista, buscando así no sólo dar a leer la pluralidad dispar de su pluma sino también ofrecer condiciones para un diálogo posible con las otras escrituras que allí se encuentran. Es el modo en que se nos ocurrió homenajear a del Barco y ofrecerles a quienes leen un poco de –como dice bellamente su hija Laura en el catálogo que acompañó la primera exposición de sus cuadros– oscaridad.
- Por mis frutos me leeréis
En medio de esto lanzamos las invitaciones a nuestras amistades. Y para nuestra sorpresa (una más), llegaron un montón de escritos. Y con tantas páginas virtuales entre los dedos, nos pusimos a inventar secciones para darles un orden a su lectura. En cada una de ellas juntamos textos que podían dialogar más o menos directamente, que podían problematizar un punto, que podían entrar en una enriquecedora polémica o que podían potenciarse. Y siempre un texto delbarquiano participando de la faena.
En “Estupores” reunimos dos textos que hacen hincapié en la lectura delbarquiana de la fragilidad. Pablo Lovizio condensa en un par de páginas la complejidad de la producción de del Barco y así expande su lectura. Javier Riggio, por su parte, hurga sobre el singular marxismo oscariano y su peculiar insistencia sobre el amor. Y en este punto también un texto del mismo Oscar se presenta para hablar en propia voz sobre todo esto.
En “Sensibilidades” dejamos de leer. Un poco dejamos de leer, porque desde el otro lado del mundo, Cebolla nos da a ver y leer algunas peripecias de la vida en China, lejos de casa, pero con una memoria sutilmente presente. Adrián Aguirre nos muestra algunas de sus pinturas y nos hace reflexionar sobre lo implicado ahí. Mariana Dimant elabora lo que puede pasar con las imágenes en tiempos de insurrección y nos sumerge en un mar de fotos chilenas. Infaltable, llega Oscar del Barco con un bellísimo texto que, a propósito de la primera muestra de sus pinturas, es ocasión para que nos ofrezca una breve no-autobiografía.
Pasando a “Lenguajes”, Facundo Martinez Suñé traza una diagonal al lenguaje como problema y nos cuenta algo de su compleja y rica relación con la filosofía. Una selección de Jorge Luis Borges y Elías Castelnuovo, pergeñada por Esteban Da Ré, quien también en paralelo propone un texto que problematiza ciertos lugares comunes sobre estos autores. Y del Barco, por su parte, se detiene a leer un poema de uno de sus inspiradores para pensar que la vida puede ser otra cosa: Juan L. Ortiz.
Arribamos convocados al mutismo en “Silencios”. Porque es el llamado que nos llega desde la literatura. En la poesía de Mariana Lanusse viajamos por Vietnam para viajar por nosotros mismos a través de sus ojos y de todos los sentidos de su viaje (y de todos los sentidos posibles). En los poemas de Gisela Baiardo viven los culitos de yerba, los pantalones engomados, los abrazos y el amor, entre más objetos y experiencias no menos vitales y sutiles. Con Guido Gentile, entre otras cosas, erramos en sus poemas por una sed que sin saberlo nos quemaba. Juan Martín Berridi nos pone a vibrar en la frecuencia de lo cotidiano. Y de lo extraño. La prosa de Celedonio nos propone escalar una muy singular montaña. O no. Alejandra Urdangariz, en un intercambio epistolar, nos hace preguntarnos ni más ni menos que por Dios. Y, una vez más, el bueno de Oscar.
En “Conciencias” aparece una pluralidad de abordajes para complejizar lo que su título invita. Roberto Bailo nos invita a conocer un poco de qué versa la filosofía de los psicodélicos. Ampliando el mapa, Cecilia García nos comparte una mirada budista sobre qué hacer en la policrisis actual. Alejandro Basile nos trae una franca y ruda conversación militante. Y en esta pestaña ofrecemos dos textos (¿o son uno solo?) de del Barco para enredar un poco más la cosa: sobre el budismo zen y el materialismo absoluto.
En la última sección de este primer número, Maia Schapochnik y Tomás Quevedo llegan a “Subjetivaciones” con escritos que nos meten a pensar lo que pasa en esa fábrica de construcción de subjetividades que sigue siendo la escuela. Y como si ya no hubiese dicho suficiente, acá Oscar del Barco enciende la polémica con su crítica a qué pasa con las subjetividades en la organización que se ha empeñado en emanciparla: el partido político en general, la organización leninista en particular.
Acompañan este número fragmentos de las pinturas de Oscar del Barco, que pertenecen al catálogo ma a Obra Pictórica (2008), fotografías de Cebolla, Mariana Lanusse, Alejandra Urdangariz, pinturas de Adrián Aguirre y xilografías de Valeria A. García.
Queremos dejar expresado nuestro agradecimiento a quienes participaron de una u otra manera en este primer número de amancia revista. Por sus escrituras, gracias a Adrián Aguirre, Mariana Dimant, Cebolla, Facundo Suñé, Guido Gentile, Juan Martín Berridi, Mariana Lanusse, Celedonio, Alejandra Urdangariz, Gisela Baiardo, Cecilia García, Roberto Bailo, Alejandro Basille, Maia Schapochnik y Tomás Quevedo.
A Pablo Lovizio, queremos agradecer no sólo por su texto sino también por la camaradería con la que nos acompañó a lo largo de la elaboración de este primer número, entre otras cosas, sugiriendo diferentes escritos del Oscar para el dossier, dándonos una mano para contactarnos con su familia y, como si fuera poco, corrigiendo varias erratas. A Ciro y Laura del Barco, por la generosidad y confianza con la que nos permitieron compartir algunos fulgores de oscaridad.
Y eso es todo, amigues. Por ahora…
Colectivo de trabajo
Javier A. Riggio
Valeria A. García
Esteban Da Ré